- QUIPU : Los quipus formaban un sistema mnemotécnico mediante el cual se registraba la información necesaria. Podía tratarse de noticias censales, de montos de productos y de subsistencias conservadas en los depósitos estatales. Los cronistas mencionan también quipus con noticias históricas pero no se ha descubierto aún como funcionaban. En el Incario, personal especializado manejaba las cuerdas y el quipucamayo mayor tenía a su cargo las cuerdas de toda una región o suyu. (María Rostworowski, Los Incas )
Pomacha contemplaba el horizonte desde lo alto del cerro
Casavilca. El mar que ante sus ojos tenía se veía difuso, debido a sus
lágrimas. Sólo en esos momentos de soledad podía permitirse llorar. Pomacha era
hijo de Maillama, último curaca de los guacro. Los guacro eran un pueblo
guerrero de la costa que se sentía muy orgulloso por su resistencia a esos
serranos que venían del Cusco, esos incas que se tenían por hijos del Sol. Ya
les habían dado su merecido en otros tiempos, por ello los guacro se consideraron
a salvo.
Con el tiempo, los incas se hicieron más numerosos y se
armaron mejor. Fueron perseverantes y, al final, consiguieron su objetivo. Tras
la caída de la pétrea fortaleza de Cancharí, último bastión de los valerosos
aunque exhaustos guerreros guacro, los enviados del triunfante general
cusqueño, cuyo nombre Pomacha no quería ni pensar a causa de su orgullo, habían
tomado posesión del palacio del Cerro Azul, frente al mar. Los dioses de los
guacro se debieron inclinar también ante el Inti y su hijo.
Pese al respeto con que trataron a su padre, Pomacha no
dejaba de cavilar que era una afrenta el que éste pasara a convertirse en un
vasallo del señor del Cusco. Le costaba creer que hacía tan sólo unos meses su
padre reinaba en el fértil valle y era dueño de tierras, hombres y animales.
Con sus doce años, Pomacha pensaba en la venganza, en el momento en que vería
aplastado al imperio que los incas del Cusco habían creado. Y juró ante el sol
poniente y ante las estrellas de la tarde que él solo acabaría con ellos. Para
darle fuerza a su juramento, cogió una lagartija que se asoleaba entre las
rocas y le arrancó la cabeza de un mordisco, para luego beber su sangre.
Acostumbrado a jugar en las polvorientas laderas del Cerro Azul y en los
roquedales adyacentes a la límpida playa de piedras, Pomacha poseía los
sentidos aguzados y los músculos vigorosos. Se imaginó al inca decapitado como
aquella lagartija, se imaginó al reino de los incas sin su cabeza. Y, sólo
entonces, sonrió.
* * *
Kuntur Ñahui era un hombre sabio, un quipucamayoc enviado
por el inca para evaluar y cuantificar las riquezas arrebatadas recientemente a
los guacro. Se sentía muy fastidiado por este encargo. Acostumbrado a ser
tratado con deferencia, tanto por los sabios amautas del Yachaywasi como por el
resto de ciudadanos cusqueños, no podía evitar sentirse nervioso frente a todos
esos guacro de rostros ceñudos. Kuntur Ñahui no los entendía, ¡si eran casi
unos salvajes! Deberían estar agradecidos por la presencia de los incas, que
traerían al fecundo valle una paz duradera y próspero orden. Pero no, los
guacro evidenciaban un profundo resentimiento que llegaba a los límites de la
insolencia, la cual había sido oportunamente castigada. Los cadáveres
destripados, exhibidos en su momento, habían constituido un excelente disuasivo
para los descontentos. Kuntur Ñahui no se hacía ilusiones: los costeños eran
así, resentidos y ladinos. Y no se explicaba cómo podían soportar ese clima y
el olor salobre del mar.
En una de las noches costeñas, Kuntur Ñahui terminaba los
nudos del quipu que contenía la información correspondiente a los tejidos que
había encontrado en el palacio del señor de Guacro. El quipu, largas hileras de
nudos de diferentes colores unidos en una urdimbre que solamente otro
quipucamayoc podría descifrar, describía la cantidad, calidad, colores y
procedencia de los principales tejidos, así como el rango de su propietario.
Una vez terminado el último nudo de los cordeles, sería enviado al Cusco
gracias al confiable y veloz servicio de los chasquis, esos incansables
mensajeros que recorrían los caminos del imperio veloces como cóndores. Kuntur
Ñahui envidió al quipu, que pronto estaría en las manos de otro quipucamayoc,
allá, en su añorado Cusco.
Cuando casi terminaba de hacer el último nudo, ingresó en el
aposento su servidor Picsi, a quien había encargado que le buscara comida.
Esperaba que fuera algo de charqui o chalona, pues estaba hastiado de comer
pescado con ají.
— Te veo fastidiado, mi señor –dijo Picsi con respeto,
mientras tendía ante Kuntur Ñahui un atado. Éste se alegró, pues todo
evidenciaba que Picsi había conseguido bocados más deliciosos que el rasposo
pescado costeño. Su sonrisa animó a Picsi.
Motivado por el manifiesto cambio de humor del quipucamayoc,
Picsi se atrevió a decir:
— Sabes, mi señor, hay un joven guacro interesado en tu
noble arte.
Kuntur Ñahui tenía la boca llena con papas y ají, por lo que
se limitó a emitir un gruñido que Picsi interpretó como una invitación a que
continuara hablando.
— Se trata de Pomacha, el hijo del señor local. Me ha dicho
que quiere aprender a ser como tú, un quipucamayoc, un hacedor y descifrador de
nudos.
Kuntur Ñahui entornó los ojos. Se sintió halagado por el
interés del joven guacro, quien, por otra parte, estaba a su mismo nivel en cuestión
de jerarquía. Kuntur Ñahui no estaba de acuerdo con esta práctica. Como muchos
miembros de las panacas nobles, consideraba que los guacro y otros pueblos
otrora enemigos debían ser exterminados hasta el último infante. Pero la panaca
reinante tenía otra visión de las cosas. Entonces se encontraba en la etapa de
apaciguamiento, en la cual había que convencer a los guacro que, en lugar de
conquistadores, debían tener a los incas como benévolos administradores, y al
inca, como padre.
Pero ser un quipucamayoc… Los quipucamayocs registraban la
información que alimentaba al Tawantinsuyo. Gracias a los quipus, los incas
habían alcanzado su actual supremacía sobre los demás pueblos, pues permitían
almacenar información que se remontaba a períodos que el vulgo consideraba
míticos. Guerras, sequías, hambrunas, viajes, depósitos, cultivos: toda esa
información podía almacenarse en un quipu y ser descifrada por cualquier
quipucamayoc. No era un conocimiento accesible a todos. No debía serlo. Kuntur
Ñahui recordó como ejemplo el quipu que registraba la atroz muerte de las
gentes de otros pueblos que sabían burilar signos en pallares, signos que
decían cosas, no como las huacas o los quipus, pero con mayor certeza y
claridad. Juzgó sabio al inca que había ordenado acabar con aquellos que podían
guardar una verdad perenne distinta a la verdad registrada por los incas.
Sin embargo, las cosas no resultaban tan fáciles como en
otros tiempos. En los días de Kuntur Ñahui eran cada vez menos los nobles
interesados en aprender el conocimiento necesario para ser un quipucamayoc, y
de éstos, muchos habían tenido que ser desechados por no presentar las
condiciones intelectuales requeridas. La mayoría deseaba ser amauta o
sacerdote, y el resto, guerrero. Después de todo, no dejaba de ser tediosa la
tarea del quipucamayoc.
— Ah, Picsi –dijo Kuntur Ñahui, mientras se limpiaba la boca
con el dorso de la mano–. Sabes que no puedo acceder a esa petición. Debo
consultarlo con el Cusco y no me parece apropiado. Es algo muy raro, sobre todo
tratándose de un joven príncipe.
— Mi señor, es prudente. Pero si el joven guacro se
convierte en quipucamayoc, es posible que tu presencia ya no sea necesaria
aquí. Entonces podrías regresar al Cusco.
Los ojos de Kuntur Ñahui brillaron de emoción. De reunir las
condiciones requeridas de memoria, destreza manual y capacidad de cálculo, el
joven guacro sería la solución al incómodo destierro que significaba su
presencia en la costa. Como funcionario del inca, podía ofrecerle también otras
dádivas que reforzaran la fidelidad del muchacho, a fin de asegurar la posición
preponderante de los cusqueños en el manejo de los quipus, no tenía por qué
enseñarle todos los secretos del arte de los quipucamayocs. Con que remitiera
al Cusco el informe anual sobre la cantidad de pescado que se comía en el
valle, bastaría. Lo demás quedaría en manos de los militares y de los
tucuyricuy, esos insufribles espías.
— ¿Cómo es el joven guacro del que me hablas, Picsi?
— Cree poder engañarnos al decir que está contento con nuestra
presencia, mi señor. Sus ojos escupen odio mientras su boca sonríe. Pero un día
será el señor de los guacro, según lo dispone el sagrado inca. De seguro que
valorará la atención que le brindes desde ahora.
Kuntur Ñahui miró pensativamente al suelo. Si bien pocos,
había antecedentes de no cusqueños que habían sido instruidos en el arte de
anudar los quipus. Formalmente, Maillama y su hijo estaban incorporados a los
estamentos de la nobleza, por lo que, de aceptar al muchacho como aprendiz, no
incurriría en ninguna situación de riesgo. Y si el muchacho era tan hábil como
Picsi expresaba, en un año o dos podría encargarse de su labor. Y el odio que
sentía hacia los incas, mientras no fuera abiertamente manifestado, no
significaba nada: los guacro sabían que nada podían hacer contra los hijos del
Sol.
— Dile a ese muchacho que venga a hablar conmigo mañana
temprano –concluyó Kuntur Ñahui, escupiendo semillas de ají.
* * *
Pomacha resultó ser un aprendiz aventajado. Su destreza con
los nudos era notable, y pronto distinguió quipus recientes de quipus antiguos,
los que trataban sobre objetos y los que trataban sobre historias. Kuntur Ñahui
estaba tan encantado con él, que dejó a un lado todo posible recelo, asumiendo
un rol más bien paternal ante el muchacho. Contrario a sus propósitos
iniciales, terminó por enseñarle todos los secretos del arte de los
quipucamayocs, incluso aquellos que ni siquiera los sacerdotes o el Inca
conocían. Kuntur Ñahui se estaba haciendo viejo.
En su fuero interno, Pomacha había decidido, como parte de
su plan de venganza, acercarse a los más notables de los incas destacados ante
su pueblo, para conocerlos mejor. Viendo que nada se podía hacer respecto a los
militares y otros funcionarios que lo evitaban abiertamente, determinó acercarse
al que le pareció, en un principio, el más inofensivo de todos: el
quipucamayoc. No entendía la tarea de este servidor, todo el día haciendo nudos
como una mujer. Pero, con sagacidad, notó que el resto de los cusqueños
mostraba a veces mayor respeto por Kuntur Ñahui que por los generales: siempre
le rendían informes, tanto los militares como la última sirvienta del palacio.
Los nudos que hacía eran enviados inmediatamente al Cusco, la mítica ciudad
entre las nubes donde vivían los hijos del Sol. Aunque no lo entendía del todo,
Pomacha dedujo que el poder del quipucamayoc, si bien era de naturaleza
distinta a los poderes que él conocía, ya fuera de hombres o de dioses,
resultaba tanto o más efectivo que el de aquéllos, uno que no tenía nada que
ver con la fuerza de las armas o la ayuda de los seres del otro mundo.
Así, Pomacha pidió a un servidor que lo condujera ante
Kuntur Ñahui, manifestando su interés en el arte de los quipus. Nada perdía con
su petición de aprenderlo. Por un lado, apenas ganaría la atención de un
funcionario como Kuntur Ñahui, y por otro, desviaba la atención que sobre su
persona pudieran tener otros esbirros de los incas, como los tucuyricuy o los
militares. Había notado que los incas constituían una sociedad bastante
dividida, en la cual difícilmente alguien se entrometía en el trabajo de otro.
Acogió con alborozo el mensaje del servidor Picsi, quien le transmitió la
decisión de Kuntur Ñahui.
Pomacha pasó así a ser un aprendiz de quipucamayoc, hecho
que no dejó de generar algunas suspicacias entre los guacro. En efecto, debido
a su linaje y posición social, Pomacha no podía pasar fácilmente inadvertido.
Para su pueblo, el joven hijo de Maillama se convirtió en objeto de repudio,
pues los guacro consideraban que todo aquello que tuviera relación con telares
o tejidos era asunto de mujeres. Se burlaban de los quipucamayocs, por lo que
les parecía una afrenta que el futuro Guacro Cápac (Señor de Guacro, en el
lenguaje de los conquistadores) se volviera un afeminado tejedor de nudos.
Hubieran preferido que siguiera con sus correrías entre las rocas del Cerro
Azul o disfrutando de la cómoda vida de los nobles. Con el tiempo, se fueron
olvidando de él.
Sin quererlo, el desprecio y el olvido de su gente ayudaron
a que Pomacha lograra sus metas. Ningún servidor o espía de los incas mostró
mayor interés en que el hijo de un curaca costeño decidiera instruirse en el
arte de los quipucamayocs. Por el contrario, dedujeron así la índole pacífica
del futuro Señor de Guacro, hecho que los tranquilizaba sobremanera. Así, con
calma y en paz, Pomacha aprendió todos los secretos de los quipus que Kuntur
Ñahui le enseñaba. Y éste conocía muchos.
* * *
“Junta esos dos quipus. Así, muy bien. Ahora, anuda el
último fleco, pero mostrando el nudo hacia ti. ¿Notas algo? Nada, bien. Ahora,
haz lo mismo, pero con el nudo vuelto al revés. ¡Ah, una señal! ¿Qué te dice?
¿Que unas dos líneas sin nudo? ¿Para qué será? Haz lo que te dicen los nudos…
¡Ja, ja, ja! Bueno, ahí tienes cuántos hijos tuvo realmente el anterior Inca.
¿Te parecen tantos? Observa bien el quipu, ahí hay un espacio vacío… cualquier
nudo te sirve para saber que en sólo un año, casi todos esos niños murieron. ¡Ja,
ja, ja! De esas cosas es mejor no hablar, joven aprendiz…”
A veces, Pomacha no podía creer cuántas cosas podían decir
los quipus. Con orgullo, pronto descubrió que sabía más acerca de la verdadera
historia de los incas que los mismísimos autoproclamados hijos del Sol. En su
fuero interno, decidió que una vez consumada su venganza, permitiría al viejo
Kuntur Ñahui conservar todas sus riquezas, propiedades y mujeres. Le había
tomado afecto al viejo quipucamayoc, receloso y ceñudo en un principio, abierto
y afable después, al comprobar las habilidades de Pomacha, que resultaron una
sorpresa para el mismo joven. Los nobles guacro no tenían una relación muy
estrecha con sus vástagos, siendo el padre de Pomacha una figura respetable,
pero poco relevante en su vida personal. De alguna manera, el quipucamayoc
llenó el vacío de afecto que había en el espíritu del joven. Pomacha contempló
incluso la posibilidad de abandonar sus planes de venganza.
Sin embargo, esta cercanía entre el futuro Señor de Guacro y
el funcionario inca no pasó tan inadvertida como pudiera desearse. Kuntur
Ñahui, en un principio muy resentido por haber sido destacado a la costa,
parecía ahora estar a sus anchas. Sus mensajes, solicitando al Inca que lo
restituyera a sus dominios, habían cesado, lo que no dejó de llamar la atención
a algún funcionario de la corte.
Se pidió informes a otros servidores destacados en el
señorío de los guacro, incluso a espías de origen guacro vendidos a la
mascaipacha incaica. No faltó quien, celoso del puesto que ocupaba el
quipucamayoc, exagerara o mintiera acerca del tipo de relación que sostenía con
el futuro Guacro Cápac. Para las panacas más influyentes, todo se resumía en
una sola palabra: traición. Kuntur Ñahui, miembro de una antigua panaca rival,
complotaba con los guacro en contra de los incas.
* * *
El pétreo rostro de Kuntur Ñahui ni siquiera se inmutó
cuando le informaron de las noticias enviadas por el Cusco. Sus propiedades,
confiscadas. Sus parientes, muertos. Su crimen, a juzgar por los informes de los
funcionarios, confirmados por los oráculos y las señales vistas en las entrañas
de las llamas, la traición. Sería ajusticiado al mediodía, frente a los guacro
y, sobre todo, en presencia del joven Pomacha. Así, la panaca regente se
libraría de un posible rival capaz de arrogarse el derecho a llevar la
mascaipacha y además les mostraría a los guacro que, a la hora de castigar a
los traidores y sediciosos, los incas no tenían ninguna clase de miramientos.
El Inca, que en un principio había decidido también la
eliminación de Pomacha, optó por perdonarle la vida, obligándolo –eso sí– a
permanecer para siempre en el palacio del Cerro Azul, frente al mar. Como
Guacro Cápac –su padre, Maillama, estaba muriendo de vejez–, Pomacha sería el
representante del Inca y también el quipucamayoc oficial, cumpliendo así la no
expresada voluntad de Kuntur Ñahui. Con esta salida, el Inca y sus consejeros
creían que se habían librado para siempre de cualquier amenaza de los guacro.
Al nombrar como Guacro Cápac a Pomacha, contentaban al pueblo de los guacro y a
éste. De paso, se evitaban el enojoso trance de designar a otro Señor de
Guacro, que acaso preferiría dedicarse a aficiones más marciales que la
elaboración de quipus. Creyeron que perdonar la vida de Pomacha, respetando su
investidura y permitiéndole ejercer en calidad de quipucamayoc, al tiempo que
lo confinaban para siempre en los muros de su palacio del Cerro Azul, sería una
soberbia muestra del arte de gobernar.
Pomacha, ahora convertido en Guacro Cápac, lloró la infame
muerte de Kuntur Ñahui, a la vez que se alegraba de ésta: no existía ya ningún
freno para sus objetivos. No había ningún inca que mereciera su clemencia, por
lo que decidió actuar.
Llamó a un servidor.
— Trae los quipus que dejó Kuntur Ñahui y todas las telas y
sogas que se necesiten. Es tiempo de anudar información para mi señor, el Inca…
Y así pasaron los años...
* * *
El sol reverberó en la diadema de bronce de Yucraj.
Contempló el amanecer, agradeciendo al padre Sol por la luz y el calor. Como
quipucamayoc al servicio del señor local, tenía acceso libre a sus aposentos y
propiedades. Esa mañana se había cuidado de ser visto por demasiadas personas.
Lo que iba a comunicarle a su señor era algo de suma gravedad, pero sabía que
éste lo recompensaría muy bien por la información.
— ¿Estás seguro, Yucraj? En estas cosas de los quipus sólo
me queda fiarme por completo de ti, pues no entiendo gran cosa.
— Mi señor, te repito que no hay posibilidad de error.
Ningún quipucamayoc sabe cuándo o dónde se originó el nudo malo, pero ha
contaminado a todos los quipus del Tawantinsuyo. No hay remedio para la
enfermedad de los quipus.
— Explícame otra vez eso del nudo malo, Yucraj, pero de
manera que te pueda entender. No soy un quipucamayoc como tú, recuérdalo.
— Como tú ordenes, mi señor. Bien sabes que los quipus son
conjuntos de nudos que sirven para guardar lo que se dice de las cosas: como
cuánta gente vive en un ayllu o cuánta ha sido la cosecha de maíz en el valle
del Urubamba…
— ¡Eso lo sabe cualquier mitimae, Yucraj! ¡No me estás
diciendo nada nuevo!
— Ten paciencia, hijo del Sol. Lo que dice un quipu puede
interpretarlo cualquier quipucamayoc, quien a su vez puede modificar lo que
está en el quipu, según cómo han pasado las cosas. Puede corregir. Puede
cambiar.
— ¿Quieres decir que se puede poner cosas que no son verdad
en los quipus? ¿Que puede haber quipus mentirosos?
— Así es, mi señor. Pero todos los quipucamayocs podemos
descubrir el origen de todas las informaciones, comparando un quipu con otro u
otros. Las cosas no verdaderas pueden ser corregidas… o al menos, descubiertas
por los quipucamayocs. No siempre se han corregido los quipus defectuosos… por
razones que tu humilde servidor prefiere desconocer.
— Y haces bien. Lo que importa es que los quipus sostengan
nuestro poder, no que lo debiliten o cuestionen. Aunque, como has revelado, los
quipucamayocs tienen sus formas de saber cosas que acaso ni siquiera los
señores sabemos… Continúa, Yucraj.
El quipucamayoc perdió algo de su compostura. Su señor había
deducido antes de tiempo aquello que quería comunicarle. Respiró hondo: después
de todo, ya nada volvería a ser como antes. Pronto se descubriría que los
quipucamayocs ya no eran necesarios, y peor aun, que habían ocultado
información importante durante mucho tiempo. Ello podría implicar la muerte de
los quipucamayocs, que serían vistos ahora como traidores. Yucraj sabía que sus
pares de otras latitudes estaban desesperados. Nadie sabía el origen del nudo
malo, sólo de sus nefastas consecuencias… cuando ya era demasiado tarde. Yucraj
debía ponerse a salvo, y agradeció al Inti la coyuntura de encontrarse bajo las órdenes de un señor local como el suyo, lejos de los cusqueños tanto en distancia como
en comunión de ideas. Este señor tenía otras ambiciones y Yucraj deseaba ocupar
un nuevo cargo en la corte de este señor. Por eso estaba tan ansioso de
comunicarle la verdad que había descubierto. Se encomendó al Sol.
— Mi señor, los quipucamayocs hemos servido fielmente a los
señores del Tawantinsuyo. Como muchachos, hemos jugado con los nudos, mi señor,
y en esos juegos guardamos nuestras verdades. Nunca perjudicamos a nadie. Es
más, sostuvimos el funcionamiento del incario…
— A mí no me vengas con lloriqueos, Yucraj. Y dime de una
vez que son esos nudos malos.
— Un quipucamayoc pone su marca en cada quipu que hace. Un
quipu pertenece a su quipucamayoc, y si es modificado por otro quipucamayoc, la
modificación no altera la marca de origen, aunque esto sólo vale para cinco
modificaciones. Pero muy rara vez un quipu era modificado...
— ¿Por qué dices era?
— Mi señor, algún quipucamayoc muy sabio tejió en algún
sitio y quien sabe hace cuánto tiempo los nudos malos. Nudos que metió en un
quipu, se repitieron en otro, luego en otro, se volvieron a encontrar… No puedo
darte detalles porque no me entenderías. Es algo que jamás ha ocurrido.
— No me interesa saber qué dedos usas para hacer tus nudos,
o si prefieres algodón o lana de alpaca. Tengo claro que los nudos malos se
están repitiendo en los quipus y que su número se incrementa. ¿Y?
— Los nudos malos tienen una señal que les dice a los
quipucamayocs que los deben repetir en todos los quipus que hagan. Se repiten y
se repiten, parece que hace años… Y no hay forma de corregirlos. El nudo malo
que se desata de un quipu ya se anudó en otro. Como te dije, antes se
modificaban muy rara vez. Ahora, todos tienen los nudos malos.
— ¿Y qué dicen estos nudos malos?
— Mi señor, no dicen nada. Un quipu con nudos malos tiene
falseados sus datos, y si se repiten los nudos malos, como ha pasado, el quipu
se convierte en un simple manojo de cuerdas sin sentido alguno... Es como una
enfermedad o maldición que les ha dado a los quipus.
— ¿Qué hacen los quipucamayocs para acabar con esta
maldición de los nudos malos?
— Mi señor, ya no hay nada que hacer. Todos los quipus del
imperio que se han usado para llevar informes de un lugar a otro no sirven más.
El imperio ha perdido su lengua, sus palabras, sus pensamientos. Tendríamos que
quemar todos los quipus y empezar otros nuevos…
— ¿Quieres decir que...? - El rostro del señor del lugar ya
no mostraba su estudiada placidez despectiva. No había entendido gran cosa de
lo que le había informado el quipucamayoc, pero si algo estaba claro era que el
imperio de los incas carecía de toda la información que hasta el momento lo
había hecho funcionar: ya no existían los datos registrados sobre el poderío
militar de los reinos conquistados, no había conocimiento de las cosechas
recientes, no se podía saber cuánta gente había muerto y cuántos habían nacido
en los últimos años. En suma, uno de los principales instrumentos de poder de
los incas, que había servido eficientemente durante años para mantener el
predominio de los hijos del Sol sobre otros pueblos, ya no existía.
Yucraj notó la comprensión reflejada en el rostro de su
señor. Era el momento de seguir con sus planes. Dejó el tono plañidero que
había empleado hasta entonces, para dirigirse a su señor de manera más directa
y persuasiva.
— Es el momento, mi señor. Sin los quipus, con los
quipucamayocs ocultando todo lo que te dije al Inca, el imperio es más
vulnerable que nunca. El Cusco está debilitado. Cuando esto se sepa, tomarán
medidas, seguramente. Pero ahora, mi señor, está como un caracol sin caparazón…
Sin la ayuda de los quipucamayocs, el Inca no podría tomar ninguna decisión
acertada si tú atacas primero.
La sonrisa de su señor confirmó a Yucraj que había tenido
éxito. Pronto reuniría a sus huestes y atacaría al Cusco para hacerse Inca.
Cuando eso ocurriera, Yucraj ocuparía un lugar destacado en la corte del nuevo
soberano. Así, con Atahualpa como nuevo Inca, en lugar de su hermano Huáscar,
se iniciaría un nuevo período en la historia del imperio, que él, como
quipucamayoc, registraría para las generaciones venideras.
Sólo una cosa inquietaba a Yucraj. ¿Quién y por qué había
creado los nudos malos?
* * *
En el palacio del Cerro Azul, un envejecido y moribundo
Guacro Cápac contemplaba el atardecer a las orillas del mar. Con una alegría
poco disimulada, recibió las noticias de la exitosa rebelión que había
terminado con el apresamiento de Huáscar y el entronizamiento de su hermano
Atahualpa como nuevo Inca. El poderío de los hijos del Sol estaba
resquebrajándose. Guacro Cápac sabía que las guerras traerían más guerras, y
con ello, el fin del poder de los incas. Todos veían las señales de su fin. ¿No
decían que habían regresado los viracochas para castigar tanta maldad? Guacro
Cápac, el que alguna vez fuera el joven Pomacha, quien juró vengarse de los
incas por haber sojuzgado a su pueblo, lamentaba no poder recibir a esos
viracochas, cuya presencia confirmaría que él había actuado correctamente. Y
pensar que todo se lo debía a Kuntur Ñahui y sus nudos malos, algo que nunca se
tenía que hacer…
Contemplando el horizonte, con una leve sonrisa de satisfacción
en el rostro, el Guacro Cápac esperaba con paciencia el momento de su muerte.
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